En realidad, antes de comenzar con lo que a la chica de mis sueños respecta debería hacer una pequeña introducción a lo ocurrido antes. A como llegué a ese punto. Resulta que mi padre es músico y mi madre estudió periodismo, pero es editora. Yo nací en Chile. No tengo muy claro que ocurrió en los primeros años de mi infancia, pero sé que pasé gran parte de mi niñez con mis abuelos. Mis padres se separaron antes de que yo naciera, por lo que vivía solo con mi madre. A los 3-4 años llegó una segunda figura paterna a la familia, mi padrastro. Tengo que admitir que nunca nos entendimos hasta que ya crecí. Hay un gran cariño entre nosotros, pero a la vez una especie de rivalidad. Crecí con mi mamá y me criaron en gran parte mis abuelos hasta los siete años. Mi abuela lo es todo para mi. Es mi mamá, es mi apoyo, es la persona más bella de este planeta. La relación con mi abuelo, en cambio, tuvo su mayor momento un poco después; eso no quita que él sea mi figura, mi rol, mi modelo a seguir. A los siete años mis padres decidieron que tenían una posibilidad de crecer a nivel laboral en España, por lo que repentinamente me despedí de mis pequeños compañeros de colegio y kinder, cerré los ojos y desperté al otro lado del mundo. Tengo bellos recuerdos de los primeros meses allá. Mi madre todavía no tenía trabajo y mi colegio todavía no comenzaba, por lo que pasábamos todo el día juntos. A veces, poníamos música a todo volumen y bailábamos toda la tarde juntos. Otras íbamos al parque; de alguna manera siempre volvía con uno de esos grandes y caros globos de helio. No teníamos mucho dinero, vivíamos en un departamento pequeño y oscuro en una pequeña callecita en Barcelona, pero eramos bastante felices.
No tengo muchos recuerdos de los primeros años de colegio en Barcelona. Lo que más recuerdo es una chica: Nina. Ella llegó un año después de mi al colegio, y caí profundamente enamorado al instante. Tengo todavía el claro recuerdo de ella entrando a la sala, de la primera vez que la vi. Era pequeño, tenía ocho años, pero al parecer escondía un gran romántico dentro. Desde entonces, toda mi estadía en Barcelona se centró en ella. Yo era el chico más tímido del mundo, un chico bueno, que no le haría daño ni a una mosca, un pequeño gordito tierno que estaba totalmente perdido en el mundo de las chicas. El tema de la gordura fue muy delicado en esa época; los niños son crueles y tienden a tener una manera muy especial de demostrar curiosidad por todo lo que es distinto a ellos. Qué más motivo de burla que el chico de sudamérica, gordito y que no se defendía. No tuve muchos amigos en ese colegio, ya que todos se dejaban llevar por las masas y hacían, decían y pensaban cosas que yo no compartía. Ella, en cambio, era distinta. Ella pensaba. Era como el cúmulo de toda la inteligencia del curso, sabía como actuar en cada situación, era buena con el resto, formaba parte del grupo pero aún así no se dejaba influenciar. Desde siempre me he sentido atraído a la inteligencia, y si más encima era tan bella como ella, ¿cómo no iba a enamorarme? Era un ángel en el curso. La admiraba como a una santa. Como los católicos adoran a la virgen. Ella fue mi motivación durante años, fue la chica que, sin saberlo, me hizo bien. Me ayudó a crecer y a fortalecer mi personalidad. Siempre pienso que algún día tengo que ir a buscarla, sea como sea, para darle las gracias.
El tiempo pasó y comencé a pasar por esa odiosa etapa hormonal pre-adolescente. Esa etapa en que comienzan a salirte cosas horripilantes en la cara, en la que comienzas a darte cuenta de que tienes un sexo que está despertando, en la que comienzas a oler mal, en la que te pones en forma y comienzas a definir tu futuro. La adolescencia no me pegó tan fuerte ni tan rápido como al resto de mis compañeros, yo tan solo crecí mucho de forma esférica. De ahí, mis adorables compañeros encontraron el sobrenombre perfecto que me siguió durante años: galleta. Ellos, en cambio, se adelantaron en el juego y comenzaron a creerse adultos. Algunos fumaban para mostrar los vellos de sus pechos, otros jugaban con los corazones de chicas y otros se divertían riéndose del resto. Yo parecía niño autista entremedio de ese pastel de hormonas. No molestaba a nadie, no tenía muchos amigos, me dedicaba a lo mío y, en el fondo, seguía generando planes para demostrar mi profundo amor por ella. Nunca llegué a atreverme a saludarla por las mañanas, pero a veces compartíamos una mirada que me aseguraba que ella, de alguna forma, también estaba intrigada por mi. Mamhilapinapatai. Ella era curiosa, se preguntaba las cosas antes de hacerlas o decirlas; tenía que interesarse por el misterio del curso. Como buen chico tímido enamorado, a veces le dejaba regalos en su pupitre o mochila, poemas que le escribía con mi pésima redacción de entonces, piedras que encontraba bellas, tesoros con los que me topaba cuando pensaba en ella. Eran cosas tan nimias, que seguramente nunca se dio cuenta, o no les dio importancia, pero fueron muchas y mucho esfuerzo.
Mi pequeño grupo de amigos provenía del bus escolar. Pasaba una hora y media todas las mañanas y una hora en las tardes para ir y volver al colegio. En él conocí a dos compañeros de curso que posteriormente se odiaron a muerte por lo mismo por lo que no encajaba mucho en el curso, por dejarse llevar. Víctor fue uno de mis mejores amigos en el colegio. Pasábamos mucho rato juntos por obligación en el bus, pero en el colegio él siempre me trataba como su amigo. Yo era muy débil, él en cambio era muy chispa. Era duro y sabía como defenderse y como defenderme a mi también. Mi otra compañera del bus se llamaba Berta. Con ella entablamos una gran amistad que se corrompió con el tiempo y con mentiras, y que finalmente se parchó con el tiempo.
Con el crecer comencé a dedicarle más tiempo al deporte. Aunque sea cursi, soy sincero cuando digo que todo lo hacía por Nina. Recuerdo perfectamente todas las noches estar haciendo abdominales como mongoloide, flexiones, yendo al básket y en todo momento pensando que quizás ella me podría encontrar lindo y se pusiera a hablar conmigo. Dejé de ser tan galleta. A los doce, aproximadamente, también comencé con otra gran fase de mi vida. Decidí que quería comenzar a tocar batería, y eso fue lo primero que le pedí a mis padres. Antes, no era un chico de pedir todo lo que veía, ni que exigía demasiadas cosas. Mis padres me las daban porque me querían, pero no recuerdo haber sido muy exigente. En cambio, en este caso, yo tuve una iniciativa por primera vez. Quería tocar batería. No por ella, ni por mi papá, ni por nadie. Para mi. Y así fue. Comencé con clases y me enamoré del instrumento con el que hasta hoy comparto una gran conexión. A la misma edad también conocí a la que sería mi primera mejor amiga: Caro. Hasta entonces dos grandes mejores amigos del barrio, Gabriel y Yago. Ambos chilenos, uno volvió a Chile y perdimos contacto, para después retomarlo; el otro siguió siendo mi mejor amigo hasta mi partida. Los tres deben de haber estado hartos de tener que darme consejos sobre Nina, sobre que hacer, sobre todo, pero les agradeceré siempre la paciencia que tuvieron, la amistad que me dieron.
Caro es ecuatoriana y también iba en el bus escolar, por lo que nos hicimos amigos al instante. Al contrario de lo que muchos pensaban, nunca llegué a sentir nada más que una profunda amistad por ella. Ella tenía un don, el don de la escritura. Escribía en inglés textos tan especiales, textos que te hacían temblar con escucharlos, cuentos románticos. Nunca tuve la suerte de leer mucho de ella, pero estoy seguro que si en un futuro es una renombrada escritora, no me sorprenderé. Me ayudó bastante a superar mi timidez con las chicas en el curso, y me integró. Después de su llegada me transformé en lo que podría considerarse el amigo gay de todas las chicas del curso. Todavía no me llevaba bien con los hombres, pero todas ellas me tenían mucho cariño, me protegían. Estaba sufriendo una transformación, estaba dejando el chico gordito tímido para ser un poco más social, para dejarme llevar por el curso.
Hay un momento que resalta del resto de mi infancia, el momento por el que después lloré todas las noches los siguientes dos meses. Fue un pequeño viaje con el curso. Pero eso lo dejaré para mañana. Hoy me iré a acostar y a pensar. A pensar en qué hacer. A pensar en ella. Como siempre. No me la puedo sacar de la cabeza. No quiero tampoco. Quiero poder formar parte de ella. Quiero que me ame como la amo yo. Quiero que no me suelte. Que me ame. Que me mire a mi como no mira a nadie. Estar ahí para ella. Pero estoy aquí, no allí. La extraño como no he extrañado a nadie. Siento punzadas físicamente en el corazón y en la garganta. Soy un egoísta. Pero querría que ella también lo fuera. Que me amarre a ella. Que el mundo sepa que soy suyo y que ella es mía. Que ella llena mi corazón. Pudo haber sido así. Pudo haber sido así, y yo no supe reaccionar. Pudo haber sido así y por mi culpa no fue así. ¿Podrá ser así? Me esforzaré como nunca para averiguarlo. Me equivoqué. Me duele a diario. A diario. Como plumas entintadas en sangre que atraviesan mis manos y mi garganta. Lloro a diario por el momento en que fui un imbécil. Por el momento que no supe ver lo que tenía delante. En el momento que la dejé ir. No puedo volver atrás en el tiempo, pero puedo hacer todo lo posible. Todo. Lo posible. Por volver a conquistarla. Por ser un egoísta. Por mi estupidez. Porque la amo. Porque esa tarde en Bilbao, lo único que quería era saltar a tus brazos. Llorar de felicidad. Gritar que te amo. Decirle a mis padres que te amo. Decirle a mis amigos que te amo. Decirle al mundo que te amo. Y te dije que no. ¿PORQUÉ? Porqué fui tan imbécil. Porqué reprimí el único impulso que de verdad tuve que seguir. Porqué perdiste la oportunidad de ser el que ocupa su corazón. Porqué me fui lejos. No lo sé. No lo sé. Pero volveré. Pronto. A buscar tu amor. A darte el mio. A ganarme tu corazón. A volver a ser aquél. A volver a Bilbao y decirte lo que me dijiste tú. A esperar escucharte decirme lo mismo. Para no dudar ni un segundo, abrazar tu rostro con mis manos. Mirarte a los ojos. Darte un beso. Ser tuyo. Que seas mía. Que formemos un amor egoísta. Un amor celoso. Un amor sano. Un amor que pude tener y que dejé volar. Quiero tan solo tener una última oportunidad. No la voy a dejar ir. No la voy a dejar ir. No la dejaría ir. Quiero que mi estrella brille una última vez. Que me alumbre. Aunque después se esfume, se consuma. Aunque después me quede sin mi estrella, la que me ha ayudado en todo, la que me ha guiado en mi vida. Que brille como nunca y me conceda un último deseo. El resto lo buscaré por mi cuenta. Porque si lo hace, nunca más estaré solo. Ella será mi estrella. Y brillaremos. Que brille una última vez. Si tan solo pudiera tener... una última oportunidad.
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